En ocasiones escucho a los paisanos contar la historia de la "Sombra mortal" o la de "El león asesino de las alturas". Bestias extrañas que han aparecido desde que el caos se asomó a este mundo. Por otro lado, se escuchan canciones de cuando en cuando, sobre el heroísmo del joven conjurador o del romance entre los Venari de diferentes Splinters. Sin embargo, pocas veces se oye sobre la audacia y osadía de "La saeta de las aguas".

Se dice que allá por las tierras de Azmaré, en una pequeña aldea, vivió hace no mucho un joven de ojos claros y cabellos dorados. Al que nadie quería por ser un forastero. Como era un ser alado, las gentes de esas tierras lo veían con desconfianza. Por lo que el joven, se fue alejando de las personas hasta volverse un delincuente. Sin embargo, no era una persona de mal corazón y nunca levantaba su puñal contra gente indefensa. Tampoco se aprovechaba de su físico para oprimir a aquellos en necesidad. Él era pícaro eso sí, y le gustaba que otros pillos le tuvieran miedo. Como tenía que comer, y no sabía que otra cosa hacer, entonces prestaba sus servicios a quién mejor le pagara. Peleaba junto a goblins, sirenas y piratas. A veces, le tocaba luchar contra ellos, pero eso a él no le importaba en realidad. “Es un asunto de negocios no más y nada personal”, solía repetir.

Un día, en uno de esos tantos trabajos, le tocó luchar contra un genio de los mares, el cuál tenía oculto un cofre valioso. El genio, que sabía y temía que le quitaran su tesoro, se puso en guardia y lanzó fuertes hechizos para evitar que este malandrín se acercara. Entre más cerca determinaba su figura, lo detestaba con mucha más furia. Odiaba su cara angelical, su pose confianzuda y su sonrisa diabólica. Sin embargo, el extraño de las alas de plata no se amilanó y con más ganas al genio acosó. El bandido escapaba y se mofaba, mientras el genio con gran ardor rabiaba.

“¡Ven acá maldito que te voy a matar!”, decía el genio.

“¿Estás loco, genio antipático? ¿Crees que me dejaré agarrar? ¡Vas a ver que tu cofre ahora mismo, me voy a llevar!”, le respondía con sorna el pelacor.

Con fuertes estruendos mágicos, lanzaba espantosas bolas de un fuego húmedo, causando un ruido ensordecedor. Muy propio, por cierto, de ese tipo de seres sobrenaturales provenientes de esos países.

Como podía y a gran velocidad, el mercenario de los aires escapaba velozmente y contraatacaba muy certero con su daga resplandeciente.

El genio, cansado de tanta humillación, se volvió con su nervudos brazos a tratar de desplumar al desdichado e insolente bandido. No obstante, no podía alcanzarlo, porque este hombre-ave era mucho más veloz.

En una que va y otra que viene, el amigo de los inocentes, un refulgente golpe acertó y al genio en el acto, de ese golpe noqueó. Así, pudo haberlo fulminado, pero prefirió llevarse mejor el codiciado cofre. Así, el pilluelo, cultivó su fama de justo y con el trabajo encomendado, finalmente cumplió.

“¿Por qué del todo al genio no eliminaste?”, se dice que alguien en un bar le preguntó. Él simplemente con una mirada pícara y maldosa respondió con toda naturalidad. “¿Entonces, cómo podría visitarlo otro día y darle una buena paliza, si así se me antojara?”, lo que dentro del bar muchas risas causó.

Bueno, al menos eso es lo que se dice y escuché de un marino, que a su vez repitió de una vendedora de pescado, y antes de eso de un pirata, que justo en el mismo bar que ellos en ese momento se encontraba, y por casualidad oyó.

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